martes, 4 de noviembre de 2014

Bate el récord

Empezamos la semana con un mutismo excepcional, casi artístico.

Más allá de un saludo a kilómetros de distancia, nada de literatura hablada en el resto del viaje.

¿Qué explicación tiene? Pues es libre de interpretaciones. Solo el rugido del motor rompe el silencio. Un silencio tranquilo pactado con el consenso en omisión de palabras, como la de un perro con su dueño (entiéndase la analogía: yo el perro, él mi dueño). Incluso así nos respetamos y eso es lo importante porque lo bonito se lo dejamos a las maneras que escogen las miradas al buscarse; de hecho, una vez se encuentran, sobra decir algo más.

Poco antes de llegar al instituto se me ocurre decirles que ha batido un récord. Nace su curiosidad y el gesto le cambia. Le es inevitable preguntar por la cuestión estratégica. "He captado tu atención, te he enganchado, vuelves a ser un poco mío y yo todo tuyo", pienso.

-No te voy a decir el récord que has batido a no ser que lo adivines- le provoco. 
-El de estar callado- responde dejando al silencio de lado...

Me río. Sonríe.
Conversan nuestras comisuras.


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